EDITORIAL



Cuando celebramos en nuestro centro el cuarto centenario de la segunda parte de la publicación de El Quijote, y alentado como él por el bachiller Sansón Carrasco, he iniciado una nueva andadura educativa procurando un equilibrio entre el idealismo utópico de Don Quijote y las reflexiones éticas de Miguel de Cervantes.
En un tiempo en el que el mundo se ha vuelto loco y  terremotos políticos y económicos más destructivos que el de Ossa de Montiel, resquebrajan los cimientos de nuestros referentes morales, no  queda más remedio que mirar al futuro y trabajar por una educación donde, más allá del contenido de los libros de texto, despertemos en nuestros alumnos su potencial creativo, su capacidad de autoconocimiento, autorreflexión y  el espíritu crítico necesario que les ayude a tomar conciencia del mundo en el que les ha tocado vivir y a desarrollar herramientas, no sólo para mejorarse, sino también para mejorarlo. En este marco, también es necesario volver la mirada al pasado y recordar a los que nos animaron, como en su día lo hiciera Sansón Carrasco con Don Quijote, en nuestra aventura educativa y siguiendo el ejemplo de pedagogos como Paulo Freire, esforzarnos para llevar a cabo una educación no domesticada, construida sobre el diálogo, el humanismo y la colaboración, o como él la denominaba, una pedagogía de la conciencia. Para hacerlo posible, animo a la comunidad educativa a que, superando la burocratización de la relación pedagógica, hagamos del tiempo escolar un tiempo vivido y un espacio de libertad, respeto y amistad compartido. 

Jesús Alabarta



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